Cada vendedor ambulante tiene una historia que contar


Las promociones son sólo en pesos. Nada de bolívares, que por cierto, no se ven por estos lados del país. En el trayecto el público tendrá varias oportunidades para endulzarse el momento y si lo desea, llevar algún “combo” para su casa. Los vendedores de “chucherías” están nuevamente a la orden del día en las unidades de transporte público, espacios que han convertido en uno de sus centros de operaciones favoritos.

Entre Táriba y San Cristóbal, por ejemplo, de tres a cuatro de estos trabajadores informales se alternarán, no sólo para vender dulces, chocolates y galletas, sino también para entretener a los pasajeros con su ocurrente retórica, que comienzan con un sonoro buenos días, o buenas tardes y un cúmulo de bendiciones, para seguidamente dar paso a toda una prediseñada y ensayada explicación sobre las razones por las que la concurrencia debería aprovechar sus precios “únicos”, “exclusivos” y “de oportunidad”.

Generalmente ofrecen paquetes conformados por dos o tres productos, y según explican en su discurso, por la compra de los dos primeros, uno “le sale completamente gratis”. En eso consiste la promoción, que generalmente aplica para productos traídos de Colombia.

Aunque no siempre es así. Algunos de estos trabajadores, que han tenido que salirle “al ruedo” ante el desempleo y la difícil situación económica, son verdaderos emprendedores que han decidido posicionar mediante esta modalidad de venta ambulante, dulces, tortas y alimentos que ellos mismos elaboran. Conservas de leche y de coco, tortas de chocolate, pan de queso con guayaba, bollitos de maíz y otras delicias más, muchas veces se hacen irresistibles hasta para los más duros, quienes de reojo miran y repreguntan en qué consiste la promoción, antes de meterse la mano, con disimulada resistencia, en la cartera.


Lapiceros, pulseras, ganchos y lazos para el cabello, cargadores y accesorios para celulares, lápiz labial, carteras, cigarrillos, encendedores y todo un stock de quincallería, hace parte de la oferta de algunas de estas personas, en su mayoría muy jóvenes, a quienes la vida llevó a ingeniárselas para sobrevivir y no fallar en el intento.

Y son muy ocurrentes y persistentes en su estrategia de mercadeo. Luego del saludo, las bendiciones del día y el “sermón” de rigor, en el que justifican en cada letra las bondades de su imperdible promoción, colocan en las manos de cada pasajero el producto. “Es sin compromiso”, avisan. Y ciertamente, el pasajero, ahora potencial comprador, es quien finalmente decide si cierra el trato y a la vez colabora.

Atrás quedaron trillados y rayados discursos como “somos un grupo de jóvenes”, “dos mil pesitos que ni enriquecen ni empobrecen”, “acabo de salir de la cárcel y necesito comer”, “estamos recolectando dinero para operar a esta niña”. En estos tiempos, cada trabajador de éstos vive su propia experiencia, tiene una historia que contar. No necesitan hacer mucho esfuerzo para convencer. Son muy pocos los que aún recurren a la picardía y la mentira como estrategia de marketing.

Luis Padilla Niño



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